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Sedentarismo infantil: cómo prevenirlo con pequeños cambios en la rutina diaria
Hoy en día, muchos niños pasan gran parte de su tiempo libre frente a pantallas. Tablets, móviles, consolas y televisión han ido ganando espacio a los juegos al aire libre, generando un problema que preocupa tanto a madres como a padres: el sedentarismo infantil. La falta de movimiento puede tener consecuencias en la salud física, emocional y social de los pequeños, pero la buena noticia es que con pequeños cambios en la rutina diaria se puede prevenir y revertir.
¿Por qué preocupa el sedentarismo en la infancia?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que los niños y adolescentes realicen al menos 60 minutos de actividad física moderada o intensa al día. Sin embargo, diversos estudios muestran que gran parte de los menores no alcanzan esta cifra. El resultado: aumento de la obesidad infantil, problemas posturales, mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares en el futuro y también dificultades emocionales, como ansiedad o baja autoestima.
Un ejemplo real lo encontramos en las campañas de colegios que han incorporado “recreos activos” con juegos dirigidos: los profesores detectaron que los alumnos que pasaban el recreo corriendo, saltando o jugando regresaban a clase más atentos y con mejor ánimo. Esto demuestra que moverse no solo mejora la salud física, sino también la capacidad de concentración y el bienestar emocional.
Señales de que un niño lleva una vida sedentaria
No siempre es fácil identificarlo, pero algunos indicadores comunes son:
- Prefiere pantallas antes que juegos activos.
- Se cansa rápido al correr o subir escaleras.
- Duerme mal o presenta problemas de concentración.
- Ha ganado peso de manera rápida en poco tiempo.
Si reconoces estas señales en tu hijo, no se trata de alarmarse, sino de introducir cambios que le devuelvan el movimiento de forma natural y divertida.
Cómo incluir más movimiento en la rutina diaria
No es necesario apuntar a los niños en múltiples actividades extraescolares deportivas para que se muevan más. A veces, los cambios más simples dentro de la rutina diaria son los que funcionan mejor:
- Trayectos activos: si es posible, ir caminando al colegio o parte del camino andando en lugar de en coche. Subir escaleras en vez de usar el ascensor también suma y se convierte en un gesto habitual dentro del día a día.
- Tiempo en el parque: reservar al menos 30 minutos al día para que los niños jueguen al aire libre. Correr, trepar o montar en bici no solo ejercitan el cuerpo, también estimulan la imaginación. Incluirlo como un momento fijo en la tarde lo transforma en parte de la rutina familiar.
- Juegos en casa que impliquen movimiento: bailes, escondite, circuitos con cojines o juegos de imitación como “Simón dice”. Incluso con lluvia o frío, se puede convertir el salón en un espacio para moverse sin romper la rutina.
- Involucrar a los niños en tareas domésticas activas: poner música y pedirles que ayuden a recoger, barrer o cuidar el jardín. Es actividad física disfrazada de responsabilidad que encaja fácilmente en el día a día.
- Limitar pantallas sin prohibir: establecer horarios claros para televisión, móvil o consola. Por ejemplo, solo después de haber jugado fuera o realizado alguna actividad física.
- Dar ejemplo como adultos: si los padres llevan una vida sedentaria, es difícil que los niños activen la suya. Caminar en familia, salir en bicicleta o hacer una excursión los fines de semana puede convertirse en un hábito dentro de la rutina diaria.
Beneficios visibles en poco tiempo
Un caso que puede inspirar a muchas familias es el de Laura, madre de dos niños de 6 y 9 años. Durante la pandemia, notó que apenas se movían y preferían jugar con la tablet. Decidió instaurar una “hora activa” cada tarde: bailar en el salón, salir en bici o practicar juegos en el parque. Al cabo de unas semanas, no solo observó que dormían mejor, sino que también discutían menos entre ellos y se mostraban más alegres.
Otro ejemplo cercano y cotidiano lo vemos en muchas plazas de barrio. En la mía, un padre aprovecha cada tarde para enseñar a su hijo a jugar al fútbol: practican pases, regates y pequeños trucos. No solo se trata de hacer deporte, también es tiempo compartido que fortalece la relación entre ambos. Y lo mejor es que el niño espera con ilusión ese rato de movimiento como parte de su rutina diaria.
Cómo motivar a un niño que no quiere moverse
A veces, la mayor dificultad no es la falta de tiempo, sino la resistencia del propio niño. Aquí algunos consejos útiles:
- Elegir juntos la actividad: si tu hijo elige entre fútbol, natación o danza, será más probable que disfrute y se comprometa.
- Proponer retos cortos: por ejemplo, ¿quién aguanta más saltando a la cuerda? o ¿cuántos pasos damos hasta la tienda?
- Recompensar con experiencias, no con dulces: una tarde de juegos en familia o elegir la próxima excursión puede ser un premio motivador.
- Evitar comparaciones: cada niño avanza a su ritmo, lo importante es que se divierta mientras se mueve.
Como madres y padres, no siempre resulta sencillo sacar tiempo en medio de tantas obligaciones, pero cada pequeño esfuerzo cuenta. No hace falta convertir a los hijos en atletas: basta con incorporar movimiento a su rutina diaria y acompañarlos con nuestro propio ejemplo. Prevenir el sedentarismo no significa organizar planes complicados, sino dar prioridad a la salud y al bienestar familiar. Con constancia y un poco de creatividad, el juego activo puede convertirse en la parte favorita del día para grandes y pequeños.
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